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A sus 84 años, murió en la tranquilidad de su hogar acompañado de su esposa y sus tres hijos.
Con la indumentaria
de dos típicos compadres del Tolima, la compañía de una guitarra y un tiple, y
el suficiente picante en la lengua para encontrarle el doble sentido a dichos y
situaciones de la vida cotidiana, Los tolimenses se convirtieron en un ícono
del humor nacional, que marcó a varias generaciones que no podrán olvidar a
Felipe y Emeterio.
Este jueves,
pasadas las ocho de la noche, a sus 84 años, se apagó la voz de Felipe,
interpretado por Lizardo Díaz.
Sin embargo, ni siquiera los siete años de
enfermedad lograron desvanecer su chispa y carisma, pues, según
recuerda su hija, la actriz y bailarina Patricia Ércole, hasta los últimos días
conservó su humor.
“Siempre estuvo
totalmente vigente su gracia. Era impresionante. En una ocasión nos impactó a
todos. Le estábamos poniendo -una de tantas veces- los santos óleos, porque
estaba muy grave, con sus ojitos cerrados y toda la familia en oración, y de
pronto abre los ojos y dice: ‘¿Y dónde está el muerto?’, como diciendo yo sigo
vivo y estoy aquí. Entonces, todos nos mirábamos y no sabíamos si atacarnos de
la risa o qué”, recuerda su hija.
Incluso, desde hace
unos cinco años, cuando empezaron a dejarle enfermeras las 24 horas del día
para que se hicieran cargo de atenderlo y hacerle todas las terapias que
necesitaba, él hacía apuntes con ellas, porque siempre pidió que fueran
bonitas. Entonces, los amigos lo molestaba y le decían: “No, Liz, tú vives
rodeado de enfermeras bonitas, a lo que él respondía: ‘Como siempre’”.
Sin embargo, su
hija asegura que no se trataba solamente de que hiciera bromas y de que con
ellas fuera capaz de arrancarle siempre una carcajada a todos los que lo
rodeaban, sino que tenía una cierta actitud frente a la vida que
le hacía tener una sonrisa permanente, una forma de asumir la vida que le
permitía amarla y aferrarse a ella. De hecho, su hija comenta que tal vez
ese fue el motivo por que el que soportó siete años de enfermedad con una
fortaleza tal que sorprendía no solo a su familia, sino también a los médicos.
“Nunca dijo que estaba mal,
cuando la gente le preguntaba, respondía “muy bien”. Nunca dejó de sonreír. Esos ojos azules lo miraban a
uno plenos. Nunca dijo estoy mal, nunca hubo una queja. Eso nos impacta y nos
deja una lección muy grande: de un amor por la vida y por todos los seres que
lo rodeamos”, dice su hija.
Entre las enseñanzas
que ella rescata está la de haber sido una persona muy conciliadora; por
ejemplo, recuerda que cuando estaban reunidos a la mesa y alguno hacía algún
comentario acerca de alguien, él les decía: “Si no van a hablar bien, es mejor
que no hablen”.
Además, Patricia
recuerda que les enseñó a valorar mucho al público, a la gente que los admiraba
y los seguía, pues solía decirles que gracias a ellos era que sus hijos habían
podido estudiar y viajar.
La enfermedad
Las complicaciones de salud
empezaron en 2005 cuando sufrió una hidrocefalia que fue tratada con la implantación de una válvula de Hakim, que
desafortunadamente se infectó y requirió varias
operaciones para sustituirla. A ello le siguió una neumonía que tuvo lugar justo cuando pasaba las
navidades en Ecuador, donde vive uno de sus hijos. Todos los miembros de su
familia se habían reunido allí para compartir con él tras los quebrantos de
salud por los que acababa de pasar, pero pronto tuvieron que trasladarlo de
regreso a Bogotá en un avión ambulancia.
Su hija cuenta que
su estado fue crítico en muchas ocasiones y que tuvo recuperaciones milagrosas
y aunque ella atribuye sus mejoras a la enorme fortaleza de su padre, también
considera que el amor de sus allegados era lo que lo mantenía con vitalidad para seguir adelante. Así se mantuvo
por varios años hasta que el 2010 fue necesario que le pusieran una
gastrostomía; es decir, una sonda de alimentación directa al estómago, con la
que, cuenta la actriz, empezó a deteriorarse más su organismo.
Y aunque esto implicó
que él no podía alimentarse oralmente, su familia no lo privó de sus antojos,
pues según cuenta su hija, él siempre fue muy dulcero, por lo que de vez en
cuando le daban un poquito de helado y de alimentos blandos que él disfrutaba
al máximo.
El fin
La muerte le llegó a Díaz, en
su casa, rodeado de música clásica y colombiana, y por supuesto del amor
de su familia, especialmente de su esposa y sus tres hijos.
Los médicos habían
decidido suspenderle todos los tratamientos y las máquinas el viernes 2 de
noviembre. Desde entonces, solo le administraron morfina, porque ya no podía
asimilar ni alimentos, ni medicinas.
Por eso, sus tres hijos, que vivían en
Estados Unidos, Ecuador y Francia vinieron a acompañarlo. “Somos una familia muy grande, pero
muy unida y estamos a la espera”, decía su hija Patricia el pasado martes y
añadía que la idea era “que él no esté tan consciente y esté tranquilito” y
añadía que en familia han hecho ceremonias muy sobrecogedoras de la mano de
Monseñor Leonidas Ortiz, que los ha acompañado en todo el proceso.
“Le hemos
agradecido toda la atención que nos dio como hijos, como esposo, le hemos
pedido perdón, le hemos dicho que lo amamos y que lo dejamos ir para que ya
esté al lado de Dios”.
Eso sí, la actriz
no dejó de reconocer que se siente muy orgullosa y cree que la labor que hizo
su padre fue muy grande, no solo por su familia, sino también por Colombia, con
el enorme legado que dejó.
Durante esos días,
la familia de Díaz no quiso emitir ningún comunicado oficial, porque intentaron
proteger a Raquel Ércole, su esposa, quien tras 54 años de matrimonio, no se
separó ni un segundo de Lizardo.
“Se conocieron
cuando mi mamá tenía 16 años y mi papá era mucho mayor que ella. Fue en la
primera Feria de Manizales. Mi mamá iba a bailar y mi papá dirigía un grupo
musical de cuarenta voces y cuarenta guitarras; de ahí que lo llamaban Alí Babá
y los 40 ladrones. Entonces, el director que iba a presidir la orquesta en la
que bailaba mi mamá, no podía lograr los ritmos que querían para la compañía de
baile; así que mi papá dijo: “Si quieren, yo lo hago con mis cuarenta voces y
mis cuarenta guitarras. A raíz de eso él fue el que tocó y vio a mi mamá, de 16
años, y dijo: ‘esa niña va a ser mi mujer’. Y ahí empezó la historia, de un
amor que se dio por el arte y que es una unión y una comunión de almas
infinitas”, remata su hija.
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