Director
Bernardo A. Rendon Restrepo
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Editora y Asesora
Alba Hoyos Botero
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Twitter@revistaconstelaEL VUELO DE LAS JAULAS HACIA LA LIBERTAD
En una estación de paso, en el Jardín Botánico, comienza el vuelo hacia la libertad de las aves condenadas a prisión en hogares del Valle de Aburrá. Sus delitos parecieran ser cantar, parlotear o tener vistosos plumajes. Allí se recuperan de sus enfermedades, se fortalecen y se preparan para volver a surcar los cielos con cantos libres.
Y es que el canto de un sinsonte, que parece alegrar la casa en las mañanas, bien podría ser un grito desesperado por la libertad, destaca el coordinador del Centro de Atención y Valoración a la Fauna Silvestre (CAV) del Área Metropolitana, Víctor Manuel Vélez Bedoya. En su opinión de biólogo, la melodía de los pájaros tras las rejas es el llamado a otros ejemplares de su especie, que, sin embargo no aparecen por ninguna parte en la pequeña jaula que cuelga del techo.
Así pasa también con loros, pericos, guacamayas y lechuzas, que están entre las aves silvestres que con mayor frecuencia se mantienen en cautiverio. Aves que no se reproducen encerradas, que en el mundo silvestre hacen falta para mantener en equilibrio algunos insectos y para desperdigar semillas, mientras cumplen una función ornamental en un balcón o en un patio, desde donde elevan al cielo su triste trinar.
Con un guante grueso para cuidarse de sus garras y utilizando largas pinzas, la veterinariaLorena Correa, pone pequeños pedazos de carne en el pico de un águila sabanera, que minutos antes miraba en silencio tras las rejas de una jaula. Ahora abre las alas en todo su alcance. El ave llegó remitida por Corantioquia para comenzar su proceso de recuperación.
Con una pequeña jeringa, la doctora pone comida líquida en el pico abierto de un pequeño mayo que pía sin parar. Cuenta que llegó a la estación de paso después de que policías lo salvaran de una muerte segura al ver que se cayó del nido en un árbol rodeado de perros en un parque.
Después de comer e hidratarse y de una evaluación de su condición, junto con otros animales concentrados en el sitio, irán al CAV, en Barbosa, donde formarán familias y reaprenderán a vivir en libertad, para cuando llegue el momento.
—Si un pájaro en su entorno deja caer cada día una semilla, son 365 árboles que siembra en un año —el argumento del coordinador del CAV contrasta con el valor que muchas personas le dan a tener aves en sus casas—. Aunque el dueño no crea que hace daño a la naturaleza, esos árboles hacen un vacío, más grande con cada año que el ave pasa encerrada.
El amor por las aves
La lora parlotea, es graciosa; con el tiempo aprende groserías y apodos que despiertan la risa en la familia. La guacamaya despliega todo su colorido cuando abre sus alas. Los jilgueros dan la sensación de amanecer en el campo. Son atractivos que aprecian quienes tienen aves silvestres en sus casas: muchas de las personas que les dicen a los funcionarios de la autoridad ambiental "es que yo amo ese pájaro, no quiero desprenderme de él".
—¿Qué tipo de amor es ese, que tiene a un animal secuestrado? —Vélez Bedoya explica que el equipo de Fauna Silvestre actúa ante las quejas ciudadanas o recibe las entregas voluntarias. Cuenta que cada vez más las personas atienden las razones por las cuales los animales necesitan de la vida en su entorno. Hoy por hoy, el 70 por ciento de los ejemplares que recupera el Área Metropolitana son por voluntad de sus tenedores.
También entregan animales enfermos, viejos o demasiado grandes para tenerlos en casa. En lo corrido del año, la entidad ha recogido 4.704 animales silvestres, incluidas 1. 500 aves. En coordinación con otras corporaciones regionales como Corantioquia, Cornare y otras por fuera del departamento, y con el apoyo de la Fuerza Aérea hacen posible que se reintegren a su hábitat en compañía de los de su especie.
El director de Corantioquia, el ingeniero ambiental, Alejandro González Valencia, revela que muchos de los animales recuperados llegan con múltiples limitaciones tanto físicas como de comportamiento.
Con frecuencia tienen mutilaciones, afecciones de la piel, plumas o mucosas, atrofias musculares y deformaciones óseas. Muchas veces son mansos, ven al ser humano como su guardián y alimentador, y han perdido el instinto de sobrevivir en condiciones naturales. Olvidan reconocer a sus congéneres, sus enemigos y los alimentos en forma natural.
Explica que las aves silvestres recuperadas son clasificadas de acuerdo con las posibilidades que tengan de sobrevivir y no afectar los ecosistemas al ser liberadas en el entorno adecuado.
Cuando las aves no cumplen con las condiciones para ser liberadas tienen otras alternativas como su disposición en los CAV o entregas a zoológicos. Sin embargo entre las 12.002 aves que ha recuperado la entidad desde 1995, el 87 por ciento han vuelto a la libertad.
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Volvieron del infierno pero no han podido comenzar
http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/V/volvieron_del_infierno_pero_no_han_podido_comenzar/volvieron_del_infierno_pero_no_han_podido_comenzar.asp
Lejos del conflicto colombiano que en los años 90 y comienzos del
siglo XXI expulsó a millones de personas de sus hogares y el país, en 2003 la
familia colombo siria Londoño El Charif creyó encontrar el paraíso en la
histórica ciudad de Damasco, en Siria.
Al comienzo todo era bendición, habían llegado a la tierra prometida, a un mundo enriquecido por un pasado tan bíblico como fantástico, el lugar donde el rabino Simeón ben Azaí vio el Paraíso y murió; un mundo adornado con las historias de Las Mil y una Noches, sus alfombras voladoras, sus fuentes bajo las cuales podría haber tesoros ocultos, sus ríos al final del destino para hallar la inmortalidad, las mezquitas milenarias y los iconos de un arte milagroso.
Caminar por las calles de Damasco, llenas de musulmanes, cristianos y turistas de todas las lenguas, era un deleite para el alma. Todo parecía perfecto hasta que a Siria entró en una primavera cargada con el estruendo de las ideas, las balas y las explosiones: La Primavera Árabe.
Y como si todo lo pasado hubiese sido un sueño, las tranquilas calles y fuentes se convirtieron en trincheras de fuego y odio entre opositores y seguidores del régimen de Bashar Al Assad. Al primer muerto le siguieron otros muertos y a estos miles de muertos y miles de atentados que hoy, dos años después suman más de 100.000 muertos y la tragedia está lejos de detenerse.
El final del paraíso
En diálogo exclusivo con El Colombiano, el jefe del hogar, Jaime Londoño Zuluaga, detalló su angustia, la de su esposa Laila y la de dos de sus tres hijos con los que vivía en la capital siria hasta que se dio su repatriación a comienzos de febrero pasado. Solo ahora, luego de recuperarse de un infarto cerebral, que casi acaba con su vida en pleno vuelo de regreso a Colombia, decidió narrar su historia.
"Éramos los únicos colombianos atrapados en ese conflicto árabe". Su salida de Damasco fue un milagro por gestión de la Cancillería de Colombia y otros países amigos que les tendieron la mano en lo peor de la pesadilla.
Su dicha no ha sido completa porque tras el retorno les tocó separarse. Jaime vive en una finca del Oriente antioqueño, en San Vicente, con un hermano que lo acogió; el resto de su familia está en Copacabana, de "arrimada donde unos primos".
Milagro de vida
Su esposa Laila El Charif, una siria de corazón antioqueño, hija de padre sirio y madre paisa, fue quien motivó a la familia a buscar el sueño árabe que truncó la guerra.
"Cuando dejamos a Medellín en 2003 y arribamos a Damasco, dijimos que habíamos llegado al paraíso. Era una ciudad donde la inseguridad no existía, las personas vivían con las puertas de sus casas y de sus carros abiertas", dice Abdul Karim (siervo del generoso) el nombre conversó como musulmán del señor Londoño.
Su esposa Laila nació y vivió en Siria hasta que su madre quedó viuda y se vino con sus hijos para Colombia. "Nos conocimos acá en Copacabana, yo trabajaba en la Agencia de Seguridad y Control en ese municipio y allá la conocí".
Ya convertido en Abdul Karim, Londoño empezó a practicar el Islam pero con dificultades en Medellín. No comía carne porque no la sacrificaban con los ritos adecuados y otras prácticas que hicieron que su esposa le propusiera radicarse en Siria. "Aunque ella me dijo que las cosas allá no eran fáciles y la sociedad parecía más del siglo XIX, nos embarcamos en esa aventura con dos de nuestros tres hijos". Su hija mayor no estuvo en el viaje. Kinda es su nombre (ella se casó joven, hoy en día tiene 27 años y vive en E.U.) pero nos fuimos con Lina Marcela, que en ese entonces tenía 10 años (hoy tiene 20) y Camilo Andrés de 9 (hoy tiene 19)".
Antes de partir hacia Siria la familia Londoño El Charif trabajó en el comercio paisa con bluyinería, ropa interior, pero el negocio se puso malo y hasta el señor Londoño manejó taxi durante 5 años.
La tierra prometida
Siria, un país de 21 millones de habitantes, cautivó a Londoño y lo comprobó viviendo una década allá. A la tranquilidad se le sumó la pujanza comercial. "Parecía increíble, la gente andaba con fajos de dinero por las calles para hacer grandes compras. En Damasco la gente negociaba de palabra, como nosotros aquí hace 50 ó 60 años. Son muy honestos, todos se conocían y la palabra se honraba", comenta con aire de nostalgia Londoño.
Recuerda que los fines de semana se sale a restaurantes, las filas eran largas para ingresar a ellos y la vida nocturna se limitaba a eso porque ni discotecas hay en Damasco. También el respeto por el otro es fundamental, en la capital siria hay barrios cristianos con iglesia propia y no había problema, la convivencia religiosa era notable.
"Yo me encontré esa vida y le doy gracias a Dios porque al mes de estar allá conseguí trabajo en una fábrica de tubería de PVC. Llegué como un héroe por ser musulmán converso del cristianismo. Me decían que era un valiente por estar dispuesto a los sacrificios y exigencias que implica esta fe. Por ejemplo, el mes de Ramadán que es de puro ayuno", destacó.
Abdul Karim logró instalarse bien con su familia, trabajó casi todo el tiempo la ingeniería mecánica en la empresa de PVC, profesión que aprendió allá de forma empírica, aún teniendo la limitación del idioma pero el cual adquirió perfectamente con el pasar de los años. "Los hijos llegaron y a los tres meses estaban hablando perfectamente árabe", relató.
Crisis comenzó
El punto de giro en la tranquilidad siria comenzó con la Primavera Árabe en 2010, revueltas que se iniciaron en Túnez, pasaron a Egipto, Libia y posteriormente se reflejaron en Siria, contra el régimen de Bashar Al Assad.
"Comenzaron los retenes militares, la restricción a la movilidad, la tensión aumentó y empezó a reducirse la actividad económica del país, eso se notó de inmediato. Antes me desplazaba de la casa al trabajo en 40 minutos pero esas pesquisas contantes del Ejército, más las balaceras hacían que me demorara hasta cuatro horas en el mismo desplazamiento".
Luego comenzaron los bombardeos y las muertes se volvieron pan de cada día. Un día llegó a trabajar y le dijeron que se devolviera porque ya no había trabajo, cerraron la empresa de PVC porque la situación era compleja. "Días antes iba en el bus para la empresa y nos tocó un enfrentamiento con tanques de guerra, sentíamos los proyectiles pasar cerca a nosotros que estábamos tirados en el piso del bus, era una cosa pavorosa, parecía una película".
"No podíamos salir ni a la esquina, estuvimos varios meses encerrados en nuestra casa. Afortunadamente teníamos reservas suficientes para subsistir y logramos sobrevivir sin trabajo un año. Había miedo para salir, la luz la quitaban por una semana entera, empezaron a racionar el combustible, así como la comida y los servicios públicos. Se convirtió en un estado de guerra, máxime cuando los carros bomba sonaban cerca a nuestra casa y la tensión era total".
El riesgo era grande para ellos porque para comprar un kilo de pan había que hacer una fila hasta de 10 horas, con el agravante de que se exponían a morir en un atentado, tal y como ocurrió con más de 300 personas que fallecieron por la explosión de una bomba mientras hacían una fila para comprar pan. Pensaba en sus hijos y en su esposa y tenía que hacer algo. El miedo de morir en un atentado se combinó con el temor por su hijo, que tenía 17 años y se había convertido en carne de cañón para ser reclutado a la guerra.
"Mi hijo mide 1,80 metros y su talla era apetecida por ellos, para reclutarlo en el Ejército o en las fuerzas opositoras. O lo mataban o se lo llevaban para la guerra, e hice una ‘vaca’ con mi familia en Colombia y logramos sacarlo de Siria hace poco más de un año, y desde eso vive de nuevo en Copacabana".
Odisea para regresar
Pero lo peor estaba por venir. "Estábamos maniatados, ni siquiera había relaciones diplomáticas de ninguna clase con Colombia, no había consulado y no teníamos a quién pedirle ayuda". El nerviosismo los destruía y el desespero los atormentaba. Sin servicios públicos básicos y sin conectividad a internet porque estaba prohibido, aún así lograron contactar a una persona que navegaba de contrabando a altas horas de la noche. "Lo llamamos y a eso de las dos de la mañana enviamos un mensaje de SOS a la Embajada de Colombia en el Líbano: ‘familia colombiana en problemas, Damasco, Siria’. Lo mandamos y este mensaje fue recibido por el embajador de Colombia allá, Mauricio Ávila Rodríguez".
Al otro día los contactaron desde esa sede diplomática, les solicitaron los registros de expedición de pasaportes de la familia pero todo se les desvaneció cuando "nos dijeron que no había recursos para sacarnos, no teníamos nada de dinero. Pero el caso nuestro fue dándose a conocer y varias organizaciones de inmigrantes cooperaron con la Cancillería de Colombia. Hasta la Embajada de Chile en Siria nos ayudó demasiado y dispuso sus vehículos para sacarnos con el mayor hermetismo de nuestra casa, hasta la frontera con el Líbano donde nos recibirían los vehículos de Colombia".
En la mayor reserva por temor a un secuestro, lograron estar a salvo en el Líbano, desde donde la Cancillería colombiana los puso en un vuelo hasta Francfort (Alemania) y después hacia Bogotá. En pleno vuelo, debido al estrés, Jaime sufrió un infarto que lo dejó varios días en la clínica. Esta vez Dios también fue su compañero.
Al comienzo todo era bendición, habían llegado a la tierra prometida, a un mundo enriquecido por un pasado tan bíblico como fantástico, el lugar donde el rabino Simeón ben Azaí vio el Paraíso y murió; un mundo adornado con las historias de Las Mil y una Noches, sus alfombras voladoras, sus fuentes bajo las cuales podría haber tesoros ocultos, sus ríos al final del destino para hallar la inmortalidad, las mezquitas milenarias y los iconos de un arte milagroso.
Caminar por las calles de Damasco, llenas de musulmanes, cristianos y turistas de todas las lenguas, era un deleite para el alma. Todo parecía perfecto hasta que a Siria entró en una primavera cargada con el estruendo de las ideas, las balas y las explosiones: La Primavera Árabe.
Y como si todo lo pasado hubiese sido un sueño, las tranquilas calles y fuentes se convirtieron en trincheras de fuego y odio entre opositores y seguidores del régimen de Bashar Al Assad. Al primer muerto le siguieron otros muertos y a estos miles de muertos y miles de atentados que hoy, dos años después suman más de 100.000 muertos y la tragedia está lejos de detenerse.
El final del paraíso
En diálogo exclusivo con El Colombiano, el jefe del hogar, Jaime Londoño Zuluaga, detalló su angustia, la de su esposa Laila y la de dos de sus tres hijos con los que vivía en la capital siria hasta que se dio su repatriación a comienzos de febrero pasado. Solo ahora, luego de recuperarse de un infarto cerebral, que casi acaba con su vida en pleno vuelo de regreso a Colombia, decidió narrar su historia.
"Éramos los únicos colombianos atrapados en ese conflicto árabe". Su salida de Damasco fue un milagro por gestión de la Cancillería de Colombia y otros países amigos que les tendieron la mano en lo peor de la pesadilla.
Su dicha no ha sido completa porque tras el retorno les tocó separarse. Jaime vive en una finca del Oriente antioqueño, en San Vicente, con un hermano que lo acogió; el resto de su familia está en Copacabana, de "arrimada donde unos primos".
Milagro de vida
Su esposa Laila El Charif, una siria de corazón antioqueño, hija de padre sirio y madre paisa, fue quien motivó a la familia a buscar el sueño árabe que truncó la guerra.
"Cuando dejamos a Medellín en 2003 y arribamos a Damasco, dijimos que habíamos llegado al paraíso. Era una ciudad donde la inseguridad no existía, las personas vivían con las puertas de sus casas y de sus carros abiertas", dice Abdul Karim (siervo del generoso) el nombre conversó como musulmán del señor Londoño.
Su esposa Laila nació y vivió en Siria hasta que su madre quedó viuda y se vino con sus hijos para Colombia. "Nos conocimos acá en Copacabana, yo trabajaba en la Agencia de Seguridad y Control en ese municipio y allá la conocí".
Ya convertido en Abdul Karim, Londoño empezó a practicar el Islam pero con dificultades en Medellín. No comía carne porque no la sacrificaban con los ritos adecuados y otras prácticas que hicieron que su esposa le propusiera radicarse en Siria. "Aunque ella me dijo que las cosas allá no eran fáciles y la sociedad parecía más del siglo XIX, nos embarcamos en esa aventura con dos de nuestros tres hijos". Su hija mayor no estuvo en el viaje. Kinda es su nombre (ella se casó joven, hoy en día tiene 27 años y vive en E.U.) pero nos fuimos con Lina Marcela, que en ese entonces tenía 10 años (hoy tiene 20) y Camilo Andrés de 9 (hoy tiene 19)".
Antes de partir hacia Siria la familia Londoño El Charif trabajó en el comercio paisa con bluyinería, ropa interior, pero el negocio se puso malo y hasta el señor Londoño manejó taxi durante 5 años.
La tierra prometida
Siria, un país de 21 millones de habitantes, cautivó a Londoño y lo comprobó viviendo una década allá. A la tranquilidad se le sumó la pujanza comercial. "Parecía increíble, la gente andaba con fajos de dinero por las calles para hacer grandes compras. En Damasco la gente negociaba de palabra, como nosotros aquí hace 50 ó 60 años. Son muy honestos, todos se conocían y la palabra se honraba", comenta con aire de nostalgia Londoño.
Recuerda que los fines de semana se sale a restaurantes, las filas eran largas para ingresar a ellos y la vida nocturna se limitaba a eso porque ni discotecas hay en Damasco. También el respeto por el otro es fundamental, en la capital siria hay barrios cristianos con iglesia propia y no había problema, la convivencia religiosa era notable.
"Yo me encontré esa vida y le doy gracias a Dios porque al mes de estar allá conseguí trabajo en una fábrica de tubería de PVC. Llegué como un héroe por ser musulmán converso del cristianismo. Me decían que era un valiente por estar dispuesto a los sacrificios y exigencias que implica esta fe. Por ejemplo, el mes de Ramadán que es de puro ayuno", destacó.
Abdul Karim logró instalarse bien con su familia, trabajó casi todo el tiempo la ingeniería mecánica en la empresa de PVC, profesión que aprendió allá de forma empírica, aún teniendo la limitación del idioma pero el cual adquirió perfectamente con el pasar de los años. "Los hijos llegaron y a los tres meses estaban hablando perfectamente árabe", relató.
Crisis comenzó
El punto de giro en la tranquilidad siria comenzó con la Primavera Árabe en 2010, revueltas que se iniciaron en Túnez, pasaron a Egipto, Libia y posteriormente se reflejaron en Siria, contra el régimen de Bashar Al Assad.
"Comenzaron los retenes militares, la restricción a la movilidad, la tensión aumentó y empezó a reducirse la actividad económica del país, eso se notó de inmediato. Antes me desplazaba de la casa al trabajo en 40 minutos pero esas pesquisas contantes del Ejército, más las balaceras hacían que me demorara hasta cuatro horas en el mismo desplazamiento".
Luego comenzaron los bombardeos y las muertes se volvieron pan de cada día. Un día llegó a trabajar y le dijeron que se devolviera porque ya no había trabajo, cerraron la empresa de PVC porque la situación era compleja. "Días antes iba en el bus para la empresa y nos tocó un enfrentamiento con tanques de guerra, sentíamos los proyectiles pasar cerca a nosotros que estábamos tirados en el piso del bus, era una cosa pavorosa, parecía una película".
"No podíamos salir ni a la esquina, estuvimos varios meses encerrados en nuestra casa. Afortunadamente teníamos reservas suficientes para subsistir y logramos sobrevivir sin trabajo un año. Había miedo para salir, la luz la quitaban por una semana entera, empezaron a racionar el combustible, así como la comida y los servicios públicos. Se convirtió en un estado de guerra, máxime cuando los carros bomba sonaban cerca a nuestra casa y la tensión era total".
El riesgo era grande para ellos porque para comprar un kilo de pan había que hacer una fila hasta de 10 horas, con el agravante de que se exponían a morir en un atentado, tal y como ocurrió con más de 300 personas que fallecieron por la explosión de una bomba mientras hacían una fila para comprar pan. Pensaba en sus hijos y en su esposa y tenía que hacer algo. El miedo de morir en un atentado se combinó con el temor por su hijo, que tenía 17 años y se había convertido en carne de cañón para ser reclutado a la guerra.
"Mi hijo mide 1,80 metros y su talla era apetecida por ellos, para reclutarlo en el Ejército o en las fuerzas opositoras. O lo mataban o se lo llevaban para la guerra, e hice una ‘vaca’ con mi familia en Colombia y logramos sacarlo de Siria hace poco más de un año, y desde eso vive de nuevo en Copacabana".
Odisea para regresar
Pero lo peor estaba por venir. "Estábamos maniatados, ni siquiera había relaciones diplomáticas de ninguna clase con Colombia, no había consulado y no teníamos a quién pedirle ayuda". El nerviosismo los destruía y el desespero los atormentaba. Sin servicios públicos básicos y sin conectividad a internet porque estaba prohibido, aún así lograron contactar a una persona que navegaba de contrabando a altas horas de la noche. "Lo llamamos y a eso de las dos de la mañana enviamos un mensaje de SOS a la Embajada de Colombia en el Líbano: ‘familia colombiana en problemas, Damasco, Siria’. Lo mandamos y este mensaje fue recibido por el embajador de Colombia allá, Mauricio Ávila Rodríguez".
Al otro día los contactaron desde esa sede diplomática, les solicitaron los registros de expedición de pasaportes de la familia pero todo se les desvaneció cuando "nos dijeron que no había recursos para sacarnos, no teníamos nada de dinero. Pero el caso nuestro fue dándose a conocer y varias organizaciones de inmigrantes cooperaron con la Cancillería de Colombia. Hasta la Embajada de Chile en Siria nos ayudó demasiado y dispuso sus vehículos para sacarnos con el mayor hermetismo de nuestra casa, hasta la frontera con el Líbano donde nos recibirían los vehículos de Colombia".
En la mayor reserva por temor a un secuestro, lograron estar a salvo en el Líbano, desde donde la Cancillería colombiana los puso en un vuelo hasta Francfort (Alemania) y después hacia Bogotá. En pleno vuelo, debido al estrés, Jaime sufrió un infarto que lo dejó varios días en la clínica. Esta vez Dios también fue su compañero.
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Elogio de Nelson Mandela
Por MARIO VARGAS LLOSA Especial para El País, Madrid | Publicado el 30 de junio de 2013http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/E/elogio_de_nelson_mandela/elogio_de_nelson_mandela.asp
Nelson Mandela, el político más admirable de estos tiempos revueltos, agoniza en un hospital de Pretoria y es probable que cuando se publique este artículo ya haya fallecido, pocas semanas antes de cumplir 95 años y reverenciado en el mundo entero. Por una vez podremos estar seguros de que todos los elogios que lluevan sobre su tumba serán justos, pues el estadista sudafricano transformó la historia de su país de una manera que nadie creía concebible y demostró, con su inteligencia, destreza, honestidad y valentía que en el campo de la política a veces los milagros son posibles.
Todo aquello se gestó, antes que en la historia, en la soledad de una conciencia, en la desolada prisión de Robben Island, donde Mandela llegó en 1964, a cumplir una pena de trabajos forzados a perpetuidad. Las condiciones en que el régimen del apartheid tenía a sus prisioneros políticos en aquella isla rodeada de remolinos y tiburones, frente a Ciudad del Cabo, eran atroces. Una celda tan minúscula que parecía un nicho o el cubil de una fiera, una estera de paja, un potaje de maíz tres veces al día, mudez obligatoria, media hora de visitas cada seis meses y el derecho de recibir y escribir sólo dos cartas por año, en las que no debía mencionarse nunca la política ni la actualidad. En ese aislamiento, ascetismo y soledad transcurrieron los primeros nueve años de los veintisiete que pasó Mandela en Robben Island.
En vez de suicidarse o enloquecerse, como muchos compañeros de prisión, en esos nueve años Mandela meditó, revisó sus propias ideas e ideales, hizo una autocrítica radical de sus convicciones y alcanzó aquella serenidad y sabiduría que a partir de entonces guiarían todas sus iniciativas políticas. Aunque nunca había compartido las tesis de los resistentes que proponían una "África para los africanos" y querían echar al mar a todos los blancos de la Unión Sudafricana, en su partido, el African National Congress, Mandela, al igual que Sisulu y Tambo, los dirigentes más moderados, estaba convencido de que el régimen racista y totalitario sólo sería derrotado mediante acciones armadas, sabotajes y otras formas de violencia, y para ello formó un grupo de comandos activistas llamado Umkhonto we Sizwe, que enviaba a adiestrarse a jóvenes militantes a Cuba, China Popular, Corea del Norte y Alemania Oriental.
Debió de tomarle mucho tiempo –meses, años- convencerse de que toda esa concepción de la lucha contra la opresión y el racismo en África del Sur era errónea e ineficaz y que había que renunciar a la violencia y optar por métodos pacíficos, es decir, buscar una negociación con los dirigentes de la minoría blanca –un 12% del país que explotaba y discriminaba de manera inicua al 88% restante-, a la que había que persuadir de que permaneciera en el país porque la convivencia entre las dos comunidades era posible y necesaria, cuando Sudáfrica fuera una democracia gobernada por la mayoría negra.
En aquella época, fines de los años sesenta y comienzos de los setenta, pensar semejante cosa era un juego mental desprovisto de toda realidad. La brutalidad irracional con que se reprimía a la mayoría negra y los esporádicos actos de terror con que los resistentes respondían a la violencia del Estado, habían creado un clima de rencor y odio que presagiaba para el país, tarde o temprano, un desenlace cataclísmico. La libertad sólo podría significar la desaparición o el exilio para la minoría blanca, en especial los afrikaans, los verdaderos dueños del poder. Maravilla pensar que Mandela, perfectamente consciente de las vertiginosas dificultades que encontraría en el camino que se había trazado, lo emprendiera, y, más todavía, que perseverara en él sin sucumbir a la desmoralización un solo momento, y veinte años más tarde, consiguiera aquel sueño imposible: una transición pacífica del apartheid a la libertad, y que el grueso de la comunidad blanca permaneciera en un país junto a los millones de negros y mulatos sudafricanos que, persuadidos por su ejemplo y sus razones, habían olvidado los agravios y crímenes del pasado y perdonado.
Habría que ir a la Biblia, a aquellas historias ejemplares del catecismo que nos contaban de niños, para tratar de entender el poder de convicción, la paciencia, la voluntad de acero y el heroísmo de que debió hacer gala Nelson Mandela todos aquellos años para ir convenciendo, primero a sus propios compañeros de Robben Island, luego a sus correligionarios del Congreso Nacional Africano y, por último, a los propios gobernantes y a la minoría blanca, de que no era imposible que la razón reemplazara al miedo y al prejuicio, que una transición sin violencia era algo realizable y que ella sentaría las bases de una convivencia humana que reemplazaría al sistema cruel y discriminatorio que por siglos había padecido Sudáfrica. Yo creo que Nelson Mandela es todavía más digno de reconocimiento por este trabajo lentísimo, hercúleo, interminable, que fue contagiando poco a poco sus ideas y convicciones al conjunto de sus compatriotas, que por los extraordinarios servicios que prestaría después, desde el gobierno, a sus conciudadanos y a la cultura democrática.
Hay que recordar que quien se echó sobre los hombros esta soberbia empresa, era un prisionero político, que, hasta el año 1973, en que se atenuaron las condiciones de carcelería en Robben Island, vivía poco menos que confinado en una minúscula celda y con apenas unos pocos minutos al día para cambiar palabras con los otros presos, casi privado de toda comunicación con el mundo exterior. Y, sin embargo, su tenacidad y su paciencia hicieron posible lo imposible. Mientras, desde la prisión ya menos inflexible de los años setenta, estudiaba y se recibía de abogado, sus ideas fueron rompiendo poco a poco las muy legítimas prevenciones que existían entre los negros y mulatos sudafricanos y siendo aceptadas sus tesis de que la lucha pacífica en pos de una negociación sería más eficaz y más pronta para alcanzar la liberación.
Pero fue todavía mucho más difícil convencer de todo aquello a la minoría que detentaba el poder y se creía con el derecho divino a ejercerlo con exclusividad y para siempre. Estos eran los supuestos de la filosofía del apartheid que había sido proclamada por su progenitor intelectual, el sociólogo Hendrik Verwoerd, en la Universidad de Stellenbosch, en 1948 y adoptada de modo casi unánime por los blancos en las elecciones de ese mismo año. ¿Cómo convencerlos de que estaban equivocados, que debían renunciar no sólo a semejantes ideas sino también al poder y resignarse a vivir en una sociedad gobernada por la mayoría negra? El esfuerzo duró muchos años pero, al final, como la gota persistente que horada la piedra, Mandela fue abriendo puertas en esa ciudadela de desconfianza y temor, y el mundo entero descubrió un día, estupefacto, que el líder del Congreso Nacional Africano salía a ratos de su prisión para ir a tomar civilizadamente el té de las cinco con quienes serían los dos últimos mandatarios del apartheid: Botha y de Klerk.
Cuando Mandela subió al poder su popularidad en Sudáfrica era indescriptible, y tan grande en la comunidad negra como en la blanca. (Yo recuerdo haber visto, en enero de 1998, en la Universidad de Stellenbosch, la cuna del apartheid, una pared llena de fotos de alumnos y profesores recibiendo la visita de Mandela con entusiasmo delirante) Ese tipo de devoción popular mitológica suele marear a sus beneficiarios y volverlos –Hitler, Stalin, Mao, Fidel Castro- demagogos y tiranos. Pero a Mandela no lo ensoberbeció; siguió siendo el hombre sencillo, austero y honesto de antaño y ante la sorpresa de todo el mundo se negó a permanecer en el poder, como sus compatriotas le pedían. Se retiró y fue a pasar sus últimos años en la aldea indígena de donde era oriunda su familia.
Mandela es el mejor ejemplo que tenemos –uno de los muy escasos en nuestros días- de que la política no es sólo ese quehacer sucio y mediocre que cree tanta gente, que sirve a los pillos para enriquecerse y a los vagos para sobrevivir sin hacer nada, sino una actividad que puede también mejorar la vida, reemplazar el fanatismo por la tolerancia, el odio por la solidaridad, la injusticia por la justicia, el egoísmo por el bien común, y que hay políticos, como el estadista sudafricano, que dejan su país, el mundo, mucho mejor de como lo encontraron.
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http://www.eje21.com.co/secciones-mainmenu-2/1-ltimas/74629-este-lunes-el-quindio-cumple-47-anos-de-creacion-como-departamento.html
Armenia, junio 30. Con pirotecnia, faroles y champagne celebrará este primero de julio los 47 años de su creación como departamento el Quindío, fundado el 1 de julio de 1966 en el gobierno de Guillermo León Valencia. El primer gobernador fue Ancízar López.
La Gobernadora del Quindío, Sandra Paola Hurtado Palacio invitó a sus conciudadanos a participar este lunes 1 de julio a las 6:00 p.m en el Parque principal de Quimbaya en los actos conmemorativos del aniversario del Departamento.
Para la conmemoración de esta valiosa fecha, la administración ha dispuesto varias sorpresas para la comunidad, pirotecnia y la representación de cada municipio y la gesta quindiana mediante los tradicionales faroles que han hecho al municipio de Quimbaya merecedor de reconocimiento internacional.
Para homenajear la Firmeza de una Raza, la gobernadora del Quindío entregará la Cruz Laureada de los Servicios Distinguidos, y las medallas al mérito artístico, cívico, empresarial y deportivo.
“En cada una de las personas e instituciones, queremos destacar los valores que han inmortalizado el tesón de los quindianos y que se constituyen en el elemento diferenciador con el que le mostramos al mundo la firmeza con la que asumimos el presente y construimos el futuro”, indicó la Mandataria.
En la oportunidad, recibirán la Cruz Laureada de los Servicios Distinguidos, la Academia de Historia del Quindío, que ha cumplido una importante función en el impulso a la investigación, la conservación del saber y la divulgación de sus hallazgos; y los Scouts de Colombia Seccional Quindío por contribuir a la educación de los jóvenes a través de la construcción de un ideal de mundo mejor y de aportes constructivos a la sociedad.
También recibirá esta distinción, el Jardín Botánico del Quindío, por ser un referente nacional e importante centro de investigación científica y de educación ambiental.
Los condecorados por sus logros artísticos serán el maestro Efrén Fernández Tovar, creador del barranquismo; y el escritor Jesús Arango Cano. El mérito cívico será para Luz Dary Chávez López, fundadora de Davida; Clara Luz Jaramillo de Botero; Gustavo Murillas Bedoya, presidente nacional del Club de Leones y Eliécer Castaño Marin en mérito cívico.
La medalla al mérito empresarial se otorgará a Fernando López Narváez del Restaurante La Fogata y el deportivo a Juan Alonso Ojeda Aristizábal, deportista ganador en las recientes olimpiadas Fides.
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