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Editora y Asesora
Alba Hoyos Botero
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Habla el creador del primer teléfono celula
Martin Cooper inició una revolución en
las comunicaciones y cambió para siempre la sociedad.
Tiene 84 años, pero
sigue trabajando, aunque no tanto como antes: "cuando era más joven
saltaba de la cama y estaba haciendo cosas antes de desayunar. Ahora me tomo
toda la mañana para desayunar y después trabajo. Pero bueno, el golf no me
gusta: ¿qué otra cosa podría hacer?" Es ingeniero electrónico, y las
comunicaciones le fascinan desde pequeño. Estuvo a punto de transformarse en un
militar profesional (la Marina estadounidense financió sus estudios), pero
finalmente optó por meterse en la industria de las telecomunicaciones. (Vea en
video: 'Yo hice la
primera llamada celular de la historia')
Y el 3 de abril de
1973, ante la mirada atónita de varios transeúntes (y la presencia de la
prensa) Martin Cooper inició una revolución en las telecomunicaciones: en la
Sexta Avenida, en Nueva York, usó un teléfono sin cables para llamar a otra
persona. No un inalámbrico hogareño, se entiende (no existían entonces): un
teléfono que usaba una antena especial en el techo de un edificio para tomar su
llamada y conectarla con la red de telefonía fija.
¿Llamó a su jefe?
¿A su esposa? ¿A su madre? No: a Joel Engel, su -en ese entonces- archienemigo
laboral. Cooper trabajaba en Motorola; Engel dirigía los míticos laboratorios
Bell de AT&T. Ambos buscaban lograr lo mismo, un teléfono celular
funcional. Cooper hizo la primera llamada, y le dio el dudoso honor a Engel de
ser la primera persona en el mundo que atendió una llamada de ese tipo en un
teléfono normal. "No le hizo mucha gracia", recuerda Cooper.
Cooper no creó el
primer teléfono móvil. La pionera más famosa, cuenta la leyenda, fue Hilda, la
mujer de Lars Ericsson, el fundador de la compañía de telecomunicaciones sueca
que lleva su nombre: a principios del siglo pasado llevaba en el auto (una
novedad para ese entonces) un teléfono normal y una jabalina con dos ganchos;
cuando se le daba la gana se colgaba, literalmente, del poste telefónico más
cercano.
En la década del 50
y 60 ya existían los teléfonos móviles inalámbricos, pero eran radioteléfonos,
sólo funcionaban en un auto, eran carísimos y tenían muy poco alcance.
Cooper tampoco
inventó el concepto de las redes celulares, con transmisores de baja potencia
que dan servicio a áreas pequeñas (celdas) y que permiten la reutilización de
frecuencias, que había nacido a mediados del siglo pasado.
Pero este hombre es
el que tomó todo eso y lo transformó en una tecnología y un dispositivo que, 40
años después, usa la enorme mayoría de la población mundial. No hay, dicen, una
tecnología industrial que se haya difundido tan rápido, ni que alcance a tanta
gente. Hay 6000 millones de usuarios de teléfonos celulares pero, como alertó
Naciones Unidas hace dos semanas , sólo 4500 millones tienen acceso a un baño
limpio.
Llamar a una
persona, no a un lugar
Pero volvamos a
Cooper: es el 3 de abril de 1973, y sorprende a la prensa y a los neoyorquinos
con algo que parece de ciencia ficción: un teléfono celular, inspirado en parte
(como admite luego) en el Tricorder de Star Trek. Para demostrar la ductilidad
de su invención, Cooper cruza una calle de Nueva York junto con un periodista,
mientras habla por su teléfono celular. "Es lo más peligroso que hice en
mi vida", declaró después.
Pero ¿cómo llegó a
ese momento? Cooper entró en Motorola en 1954; desarrollaba radios portátiles
para policías y bomberos, y ahí, dice, endendió el valor de poder comunicarse
en forma directa con alguien, y no con un lugar.
"Veníamos
trabajando con la idea de las comunicaciones personales hacía mucho tiempo
-dice Cooper-. Durante 100 años, si querías hacer una llamada o recibirla
estabas atrapado en el lugar donde estuviera el teléfono. Pero una vez que
tienes un celular estás llamando a una persona, no un lugar. Es una diferencia
enorme. El teléfono celular es personal, le pertenece a un individuo, no
importa donde esté. Siempre lo pensé así, y por eso armé un equipo de gente
para investigar ese área."
A principios de esa
década, y a instancias de Engel, AT&T comenzó a diseñar una red de
telefonía celular, pero cerrada (la compañía dominaba entonces las
telecomunicaciones de Estados Unidos) y orientada a tener un teléfono en el
auto.
"En Motorola
nos oponíamos a eso, queríamos poder competir, y cuando nos enteramos que el
gobierno estaba analizando el tema, decidí que teníamos que hacer una
demostración de lo que podíamos hacer, sorprenderlos y que entendieran lo que
estaba en juego. Así nació esa llamada -explica-. Después de la conferencia de
prensa me fui a Washington y le mostré el equipo a varios funcionarios." Y
los convenció de que su idea era mejor que la de AT&T.
El teléfono que usó
no era un bloquecito casi etéreo como los actuales: pesaba un kilo y medio y la
batería le daba poco más de 20 minutos de autonomía. "El prototipo no era
muy confiable -recuerda Cooper-; los circuitos integrados recién estaban
apareciendo, y el prototipo todavía no los tenía; adentro había literalmente
cientos de partes, todo era muy inestable, así que fue una ventaja para
nosotros que el gobierno se tomara varios años para definir cómo funcionarían
las redes celulares, porque fuimos mejorando el equipo; el que se usó comercialmente
a partir de 1983 era la quinta versión; habíamos invertido 100 millones de
dólares para mejorarlo."
Japón, el primer
país con el servicio
En Estados Unidos
se hizo la primera llamada, pero fue Japón el país con el primer servicio de
telefonía celular, en 1979; los países escandinavos comenzaron a dar el
servicio en 1981. Estados Unidos habilitó el servicio comercial en 1983 (con
AT&T; el diseño de la red lo hizo Joel Engel ); en la Argentina se ofrece
desde 1989.
El primer teléfono
comercial del grupo de Cooper fue el DynaTAC 8000x (también conocido como
"el ladrillo"). Pesaba 800 gramos, permitía hacer llamadas y
recibirlas, y nada más; faltaban diez años para los SMS . Su compañero de
andanzas en Argentina fue el TX400, que gracias a la batería incluida en una
valija tenía más autonomía y mejor señal.
En Estados Unidos
el 8000x costaba entonces casi 3995 dólares (unos 10.000 dólares actuales,
aproximadamente, según calcula Cooper). "No era para cualquiera, claro.
Todo el mundo se asombraba cuando lo veía, pero era carísimo. Creíamos que iba
a ser popular, pero al principio era poca la gente que podía pagarlo. Los que
comenzaron a usarlo enseguida fueron los vendedores inmobiliarios, que
entendían las ventajas de estar siempre disponibles y de poder hacer una
llamada desde cualquier lado. Pero no a todos les gustaba, un abogado me dijo
entonces que jamás usaría un teléfono celular."
¿Pensaban en otras
funciones además de las llamadas para el celular?
Bueno, muy a futuro
creíamos en las videollamadas, pero nada más. En 1973 Internet no existía como
tal, no había cámaras digitales, no había GPS. Lo único que teníamos era una
suerte de chiste: en el futuro cuando nacieras te asignarían un número de
teléfono, y que el día que te llamaran y no atendieras sabrían que estabas
muerto.
Vamos camino a eso,
¿no? El celular cambió nuestra sociedad, todo el mundo está disponible,
modificó las costumbres también.
Sí. En términos
generales estoy contento, creo que nos hizo una sociedad más productiva en
todos los niveles, y la gente es más feliz por eso. Es cierto que cambiaron
algunas costumbres, pero sucede con todas las tecnologías así de disruptivas. Y
el teléfono tuvo desde el primer día un botón para apagarlo si no quieres que
te molesten. Pero recién estamos comenzando, creo que los teléfonos del futuro
serán muy diferentes.
¿Le gustan los
celulares actuales?
No. Me parecen
todos iguales, todos difíciles de usar. Cuando entro en un negocio de teléfonos
los veo y todos tienen el mismo aspecto, todos hacen lo mismo. Me gustaría que
fuera más como con los autos, que tienes variedad de tamaños, colores, diseños
y formatos, y puedes elegir varias de esas cosas antes de comprarlo. Están
tratando de que los celulares actuales hagan de todo, y cuando quieras hacer
todo con una sola cosa ésta termina no siendo particularmente buena en nada. Yo
pienso en un futuro de dispositivos muy especializados interconectados, que
lleves una suerte de computadora central en el bolsillo y a eso se le conecten
otros elementos, un auricular en la oreja, un sensor biométrico bajo la piel
para monitorear tu salud, cosas así. Hace unos años mi esposa creó Jitterbug,
un teléfono muy sencillo que sólo hace llamadas y manda mensajes, y es fácil de
usar. Tiene unos 500 mil usuarios, la mayor parte es gente mayor.
Inevitable
preguntarle, entonces, qué teléfono usa...
Todo el mundo me lo
pregunta siempre, así que siento que tengo que estar probando todos los
teléfonos. Siempre tuve de todo, tuve iPhone, hace unas semanas estuve usando
un equipo de Nokia con Windows Phone, ahora le estoy hablando desde un Motorola
Razr M; en unas semanas tendré otro.
Trabajó durante 29
años en Motorola dedicado a los celulares, y luego se fue y en 1992 fundó su
propia empresa... que también es de telecomunicaciones...
Mi empresa,
Arraycomm, se dedica a hacer diseños de lo que llamamos antenas inteligentes,
que permiten hacer un uso más eficiente del espectro, es decir, de las
frecuencias de radio que usan los celulares. Es algo muy difícil de lograr,
pero un mejor del espectro uso abarata costos y hace que tener un celular sea
más económico para todos.
Así que lleva 50
años dedicados a las telecomunicaciones...
Desde chico supe
siempre que sería ingeniero, me encantaba armar y desarmar cosas; y sigue
siendo así. Siempre creí que es importante ser muy bueno en algo,
especializarse, y eso hice. Además me gustan muchas cosas; cada 5 años trato de
variar el foco para aprender otras cosas, ahora estoy metido en temas de salud,
se viene una revolución en ese área. Y la idea de no estar trabajando cada día,
de no estar usando mi mente, es terrible para mí.
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BOGOTA, 01 de Abril de 2013 (RAM) La reforma a la salud de Santos
y Gaviria es la peor desde 1993.
Porque retrocede hasta esa fecha lo conquistado hasta hoy en salud,
conspira contra la tutela con la que se defiende la gente, vulnera la autonomía
médica y mantiene unas relaciones laborales inicuas, sigue el negocio
financiero del aseguramiento, convierte los recursos públicos en privados y
libera de la Justicia a los encartados por asaltar la plata de la salud, todo
lo cual aumentará la enfermedad y la muerte por males que la medicina sabe
curar. Que el proceso empezara con el Presidente diciendo que las EPS “se van a
acabar”, cuando solo les cambiarán el nombre –a gestoras de salud–, muestra que
el engaño será parte medular del debate.
En los prolegómenos del proyecto de ley, el ministro Alejandro Gaviria fue capaz de decir que “en Colombia no hay una crisis de salud pública (…) Tampoco hay una crisis de prestación de servicios (…) Existe, sí, una crisis financiera” (bit.ly/Z0dc72), comentario insólito con el que justifica que la reforma tenga como norte reducir los derechos de salud de las personas y mantenerles el negocio a las EPS. Gaviria dice que el plan de beneficios –el POS o en adelante Mi plan– no puede cubrir todas las necesidades ciudadanas porque no alcanzan los recursos –lo que no es cierto–, pero curiosamente mantiene un régimen que le quita a la salud sumas enormes con las ganancias de las EPS y las aseguradoras, porque estas cobran por la administración de los recursos y, además, hacen grandes utilidades echándose al bolsillo los recursos públicos que deberían gastarse en la salud de la gente. Este horror a pesar de que el sistema puede operar sin intermediarios financieros –EPS y demás–, como ocurre en Colombia con el magisterio o las fuerzas armadas o en Canadá y en otros países.
La “solución” santista a la “crisis financiera” consiste en regresar al POS insuficiente de los orígenes de la Ley 100 –sin el No POS creado a punta de tutelas– y hacer muy difícil o inane acceder a la tutela. Son conocidos los ataques solapados de Gaviria a la tutela, incluido decir que les sirve principalmente a “los ricos”. Pero el ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, se le destapó: “El propósito (de la reforma) también es acabar con la tutela como una fórmula para acceder a la salud en Colombia” (bit.ly./V9wRCb). Claro que el proyecto de Ley 210 no dice “elimínese la tutela en salud”. No son bobos. Van tras un fallo de la Corte Constitucional que la acabe o la restrinja en este sector, tras presionar a los médicos tratantes para que no se salgan del POS y tras hacerles muy difícil a los jueces decidir a favor de los pacientes, como aparece en la reforma Ballesteros-Roy Barreras y en la ley estatutaria santista en trámite.
En los prolegómenos del proyecto de ley, el ministro Alejandro Gaviria fue capaz de decir que “en Colombia no hay una crisis de salud pública (…) Tampoco hay una crisis de prestación de servicios (…) Existe, sí, una crisis financiera” (bit.ly/Z0dc72), comentario insólito con el que justifica que la reforma tenga como norte reducir los derechos de salud de las personas y mantenerles el negocio a las EPS. Gaviria dice que el plan de beneficios –el POS o en adelante Mi plan– no puede cubrir todas las necesidades ciudadanas porque no alcanzan los recursos –lo que no es cierto–, pero curiosamente mantiene un régimen que le quita a la salud sumas enormes con las ganancias de las EPS y las aseguradoras, porque estas cobran por la administración de los recursos y, además, hacen grandes utilidades echándose al bolsillo los recursos públicos que deberían gastarse en la salud de la gente. Este horror a pesar de que el sistema puede operar sin intermediarios financieros –EPS y demás–, como ocurre en Colombia con el magisterio o las fuerzas armadas o en Canadá y en otros países.
La “solución” santista a la “crisis financiera” consiste en regresar al POS insuficiente de los orígenes de la Ley 100 –sin el No POS creado a punta de tutelas– y hacer muy difícil o inane acceder a la tutela. Son conocidos los ataques solapados de Gaviria a la tutela, incluido decir que les sirve principalmente a “los ricos”. Pero el ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, se le destapó: “El propósito (de la reforma) también es acabar con la tutela como una fórmula para acceder a la salud en Colombia” (bit.ly./V9wRCb). Claro que el proyecto de Ley 210 no dice “elimínese la tutela en salud”. No son bobos. Van tras un fallo de la Corte Constitucional que la acabe o la restrinja en este sector, tras presionar a los médicos tratantes para que no se salgan del POS y tras hacerles muy difícil a los jueces decidir a favor de los pacientes, como aparece en la reforma Ballesteros-Roy Barreras y en la ley estatutaria santista en trámite.
La reforma mantiene el régimen contributivo y el subsidiado (!) y las
barreras de acceso a los pacientes y, aunque parezca mentira, determina que los
recursos públicos se vuelvan privados cuando lleguen a manos de las gestoras y
las aseguradoras, despropósito que ya rechazó la contralora. Porque es con esa
figura que las EPS se han robado billones y porque se caerían los procesos
penales contra esas defraudaciones.
La propuesta, como es obvio, se inspira en la del Banco Mundial que
también indica cómo mejorarles el negocio a las compañías de seguros
(bit.ly/11z2GEi) –ahí caben las EPS o gestoras–, a través de planes
complementarios de salud que se pagan por aparte –como los de las prepagadas–,
los cuales surgen de que el derecho básico –el POS o Mi Plan– sea insuficiente,
de forma que empuje a tomarlos a quienes tengan con qué pagarlos. Enfermedad y
muerte según la capacidad de pago. Y también es del Banco Mundial que sean menos
y más grandes las empresas que se queden con el negocio. Como con el perro de
Pavlov, deben estar salivando las trasnacionales de la medicina, la banca y los
seguros.
Alejandro Gaviria debe declararse legalmente impedido para tramitar esta
ley. Porque cuando Santos lo escogió como ministro pertenecía a la junta
directiva del Bancolombia, que hace parte del sindicato antioqueño, poderoso
grupo con negocios de seguros. Y porque su esposa era nada menos que
vicepresidenta ejecutiva de Fasecolda, la organización de las compañías de
seguros, la misma que cuando se creó la Ley 100 confesó que aspiraba a que el
aseguramiento a la salud saltara del 2.5 al 39 por ciento en el total de su
negocio. Juan Carlos Echeverri se declaró impedido por las relaciones de él y
de su cónyuge con unas empresas, y el consejo de ministros, con el Presidente a
la cabeza, le aceptó los impedimentos (db.tt/uTGvgmgb). ¿Y en este caso?
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MEDELLÍN DEBERÍA SER LA CAPITAL
Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA | Publicado el 1 de abril de 2013
Cuando leo que desde el alto gobierno está manifestándose
interés inusual en Medellín, que el presidente Santos volverá el martes y el
director de la Policía se instalará otra vez en nuestra ciudad, transcribo la
opinión repetida por un inteligente amigo quindiano: "Medellín debería ser
la capital, porque es la ciudad que saca la cara por el país".
No es una propuesta nueva ni descabellada. Refleja el sentimiento de estimación hacia Medellín y su gente, que se patentiza en gran parte de las regiones colombianas. Y no sólo porque esté catalogada como la ciudad más innovadora del mundo (lo que no es gratuito), sino porque es notorio que ha dado un salto del aislamiento secular al cosmopolitismo, hasta demostrar voluntad de ponerse al ritmo de la corriente global.
Es cierto que Medellín eleva el perfil del país en el mundo. Los verdaderos ejes de la globalización no son los estados-nación sino las ciudades, porque se conectan y forman redes con velocidad y eficacia mayores. Así lo han sostenido autoridades en urbanismo como Saskia Sassen y Peter Hall.
Son ejemplos Shanghai, Johannesburgo, Nueva York, Sidney, Barcelona, Sao Paulo, Ciudad del Cabo, Los Ángeles. (Y además ninguna ostenta la capitalidad). Es decir que hay ciudades que transforman los conceptos tradicionales de la geopolítica y llegan a ser más influyentes que los países, entre otros motivos porque no patinan en el pantanero político de las viejas capitales, como Bogotá.
Algunos escépticos han objetado el título de ciudad innovadora, con base en la realidad innegable de la inseguridad. Bueno, pues ese y otros factores negativos (como el desempleo) también forman desafíos, como el de conectarse con ciudades globales que, por padecerlos, han inventado estrategias exitosas para superarlos. Medellín puede aprender de Johannesburgo, Sao Paulo, Nueva York, Nápoles y Malmo (en Suecia) para conjurar el azote de la ilegalidad y la informalidad en múltiples frentes.
Medellín es una ciudad emergente en el ámbito global, por su voluntad de proyección internacional, su interconexión con los grandes centros urbanos del exterior, sus valores e indicadores intrínsecos y su consolidación como área metropolitana compleja en proceso de crecimiento cualitativo y cuantitativo. La sola constancia de que tres de las nueve mejores universidades colombianas en el campo de la investigación y la innovación funcionen aquí (la de Antioquia, la seccional de la Nacional y la Bolivariana) es muy significativo.
Ponderar las ventajas y bellezas competitivas de Medellín es casi redundante. Está probado que el centro de las decisiones nacionales sí puede operar en nuestra ciudad durante largas temporadas. Estoy de acuerdo con mi buen amigo y tertuliano del Quindío. Medellín debería ser la capital, al menos mientras Bogotá sale del tremedal en que la han envuelto las malas administraciones.
No es una propuesta nueva ni descabellada. Refleja el sentimiento de estimación hacia Medellín y su gente, que se patentiza en gran parte de las regiones colombianas. Y no sólo porque esté catalogada como la ciudad más innovadora del mundo (lo que no es gratuito), sino porque es notorio que ha dado un salto del aislamiento secular al cosmopolitismo, hasta demostrar voluntad de ponerse al ritmo de la corriente global.
Es cierto que Medellín eleva el perfil del país en el mundo. Los verdaderos ejes de la globalización no son los estados-nación sino las ciudades, porque se conectan y forman redes con velocidad y eficacia mayores. Así lo han sostenido autoridades en urbanismo como Saskia Sassen y Peter Hall.
Son ejemplos Shanghai, Johannesburgo, Nueva York, Sidney, Barcelona, Sao Paulo, Ciudad del Cabo, Los Ángeles. (Y además ninguna ostenta la capitalidad). Es decir que hay ciudades que transforman los conceptos tradicionales de la geopolítica y llegan a ser más influyentes que los países, entre otros motivos porque no patinan en el pantanero político de las viejas capitales, como Bogotá.
Algunos escépticos han objetado el título de ciudad innovadora, con base en la realidad innegable de la inseguridad. Bueno, pues ese y otros factores negativos (como el desempleo) también forman desafíos, como el de conectarse con ciudades globales que, por padecerlos, han inventado estrategias exitosas para superarlos. Medellín puede aprender de Johannesburgo, Sao Paulo, Nueva York, Nápoles y Malmo (en Suecia) para conjurar el azote de la ilegalidad y la informalidad en múltiples frentes.
Medellín es una ciudad emergente en el ámbito global, por su voluntad de proyección internacional, su interconexión con los grandes centros urbanos del exterior, sus valores e indicadores intrínsecos y su consolidación como área metropolitana compleja en proceso de crecimiento cualitativo y cuantitativo. La sola constancia de que tres de las nueve mejores universidades colombianas en el campo de la investigación y la innovación funcionen aquí (la de Antioquia, la seccional de la Nacional y la Bolivariana) es muy significativo.
Ponderar las ventajas y bellezas competitivas de Medellín es casi redundante. Está probado que el centro de las decisiones nacionales sí puede operar en nuestra ciudad durante largas temporadas. Estoy de acuerdo con mi buen amigo y tertuliano del Quindío. Medellín debería ser la capital, al menos mientras Bogotá sale del tremedal en que la han envuelto las malas administraciones.
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La información e imágenes publicadas en
esta revista están extractadas de la Internet, principalmente de Google,
EL COLOMBIANO, El Barquero de EJE 21, EL TIEMPO, EL ESPECTADOR, EL
CAMPANARIO, LA BARCA DE CALDERÓN, EL
OBSERVATORE ROMANO, de la página no censurada de JUAN GUERRA, CLARIN desde Argentina, EL UNIVERSO desde Ecuador, EL
INFORMADOR desde Santa Marta, PORTAFOLIO,
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