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Alba Hoyos Botero
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SARA MONTIEL, LO
QUE LA DIVA SE LLEVO
Enrique Herreros relata cómo Antonia Abad se
convirtió en Sara Montiel, gracias al éxito de «El último cuplé»
Suena el teléfono de casa y Gonzalo Presa, que
también conoció muy bien a la diva, me comunica la noticia de su fallecimiento. Nada más colgar me llama Jesús Calero para pedirme que intervenga en la
notanecrológica; de entrada, tajantemente, me niego a ello; sin embargo, al poco rato de
hablar con Jesús, dando vueltas impresionado con la noticia por el pasillo de
la calle Alburquerque, por el que Antonia pisó también tantas veces, al darme
de bruces con la mesa de la biblioteca de mi buen padre, donde Antonia firmó
con Juan de Orduña protagonizar «El último cuplé», comprendo que debo intervenir al ser, desgraciadamente, el último
superviviente o último mohicano de aquella tribu inimitable, compuesta por
ella, por mi padre, Orduña, Pepito Aguayo, el maestro Solano y aquel Daja
Tarto, nuestro faquir particular, que se encargaba de romper las cristaleras de
la Librería Francoespañola cuando Sarita entraba sobre mis hombros luciendo en
sus ojos el brillo del torero que abre la Puerta del Príncipe de Sevilla, todas
aquellas tan repetidas tardes, su sola presencia hacía detener el tráfico de la
entonces Avenida de José Antonio, al entrar, rodeada de una multitud de
admiradores, para compartir con ellos desde el escenario del desaparecido cine
Rialto, durante dos años consecutivos, con el éxito de El último cuplé y acto seguido La Violetera.
Nuestra historia con Mª Antonia Abad Fernández, aunque comience con Empezó
en boda en 1944, cuando mi padre la eligió para actuar al lado de Fernán Gómez; llamándose María Alejandra, le recompuso el nombre artístico con el de
Sara Montiel (Sara, por ser nombre hebreo y mi padre ya intuía que podría llegar a Hollywood, donde brotaban entonces magnates judíos del cine por todas las esquinas
de sus boulevares; y Montiel, en honor a los campos manchegos, su tierra de
nacimiento, tan bien recordados por Cervantes).
Nosotros debemos empezar nuestro recuerdo el 29 de
diciembre de 1955. Los dos Herreros la recibimos, una temprana y fría mañana
invernal, en Barajas como si fuese una de aquellas grandes estrellas del cine
americano, que venían continuamente a rodar en nuestros diversos estudios y en
nuestros inimitables exteriores; y a mi padre no se le ocurrió más
americanización que instalarla en una suite de aquel delicioso Castellana
Hilton; sin embargo, al día siguiente, la intérprete de Veracruz junto a Cooper y Lancaster, le confiesa
que vuelve a Madrid sin dinero. Mi padre se la trae a vivir en Alburquerque y
manda a su madre, la buena de la señora Vicenta, a Campo de Criptana, junto a
sus otras hijas.
Pasan los días y, en la noche del día 31 de enero, la
lleva a la fiesta que el
entonces Sindicato de Espectáculo organizaba para
repartir sus premios anuales (en aquellos días todavía no aparecía la cabezota de Goya en manos de
cualquier estrellita o
starlet de las que ahora pululan por la dichosa alfombra, que no cito su color
para no captar más enemigos de los debidos). Esa noche se acerca Juan de Orduña, gran amigo nuestro
y también furibundo madridista, para citar a mi padre en el café Pelayo
junto a la calle de Alcalá y el cruce con la de Menéndez y Pelayo, donde le
pone en las manos dos guiones, el de La
Tirana y el de El último cuplé. Días más tarde
se vuelven a reunir en el mismo sitio. Mi padre le dice a Juan que prefiere la
historia de la cupletista María Luján. El acuerdo casi se deshace porque Orduña pretende que Concha Piquer
cante en off todas las canciones y Sarita ponga solo la cara: firme y
tajante expone que si no canta Sarita no hay película. Orduña, temeroso, pide
una prueba con el maestro Solano al piano, en su estudio de la calle de la
Luna, número 15.
Sara se ha aprendido Nena y el siempre bien recordado maestro
Solano empieza a tocar ese cuplé, que meses más tarde sería uno de los grandes
éxitos de la película; Sara,
al oír la música, le pide que baje el tono; Solano, con paciencia, obedece,
pero ella le vuelve a pedir que baje más el tono de la música; a la cuarta vez que
se lo solicita, el salero extremeño y sevillano de Juan Solano Pedrero flota y
le advierte a Sarita que si
baja más el tono se va a caer del taburete al suelo.
La película se rueda en Montjuic. Una tarde del otoño del 56, estoy trabajando para United Artists y
tenemos a toda la crítica de España viendo Trapecio en el Coliseum de don Pedro Balañá; terminada la proyección me subo a los
estudios Orphea a todos los críticos, encabezados por Miguel Pérez Ferrero y
Alfonso Sánchez, junto al delegado de la UA en España George H. Ornstein,
sobrino de Mary Pickford, la
llamada novia de América; los reunimos en un gran corro que rodea a Sarita
y cuando le pido al Fotofija, que es hijo del taquillero del cine Palacio de la
Prensa, que haga una foto me contesta que no tiene material porque no hay dinero para ello.
Pero la fe y el tesón de Orduña sacan adelante la película.
El día del estreno, 6 de mayo de 1957, yo estoy en Múnich, trabajando con las
películas de Romy Schneider; a la mañana siguiente, antes de subirme en el avión de regreso, llamo a
mi padre a Madrid para saber cómo ha pasado la película. Su entusiasmo salta de elogio en
elogio; llego a decirle:
padre, que soy yo, tu hijo, no me hagas a mí publicidad. Furioso, me pregunta
la hora de mi llegada y me asegura que me irá a buscar a Barajas en un taxi
para llevarme desde allí al
cine Rialto y que yo mismo compruebe el resultado. Cuando llegamos a las
inmediaciones del local empiezo a sospechar que lo dicho por teléfono es pura
realidad. Sobre la puerta principal, Vicente Vara, el representante del cine,
ha instalado un llamativo cartel que anuncia que se han agotado todas las
localidades para la primera semana. Por si fuera poco, veo cómo se las trajina un grupo
de reventas que, dominando la
situación, está endosando al respetable deseoso de ver la película entradas a
precios desorbitados.
Tengo que ver toda la proyección de pie, apoyado en mi
maletay situado al final del pasillo central del cine. Cuando
llego a casa leo la copia de un telegrama que mi padre ha puesto esa mañana,
dirigido a Antonia en su domicilio en el 2016 de Cold Water Caynon de Los
Ángeles que dice así:
«Querida Antonia, la Sissi de 1957 se llamará Sara Montiel. Felicitaciones
Enrique».
Creemos que agregar más recuerdos y otros detalles
sobrarían; nosbasta recordar el comienzo de su grandísimo éxito, ése que
la convertiría en la primera figura indiscutible del cine hablado en español en
1957. Sería innecesario y de mal gusto hablar tanto de su lado bueno como
protestar del malo.
Nosotros dos preferimos que todo se lo lleve el viento, y que el respetable
la siga recordando cantando tumbada en la «chaise longue» Fumando espero.
¡Que Dios te reparta mucha paz, Antonia!
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El funeral de Sara Montiel: muere la voz de El
último cuplé
El funeral de Sara Montiel: muere la voz de El
último cuplé
Sara Montiel, una de las actrices españolas más conocidas en todo el mundo, ha muerto en su
domicilio de Madrid a los 85 años en su casa del Barrio Salamanca tras
haber sufrido una grave crisis según diversas fuentes. A pesar de que los
servicios sanitarios se habrían desplazado de urgencia para intentar
reanimarla, nada se ha podido hacer.
Arropada por su hija Thais en su último suspiro, Sara Montiel quiso ser enterradaen su pueblo
natal, Campo de Criptana, en la provincia manchega de Ciudad Real, pero finalmente
descansará en el tanatorio de San Isidro, en Madrid y habrá un funeral que parece que será multitudinario. Además, los
homenajes será continuos por la suma importancia de su carrera para el cine
español.
El funeral de Sara Montiel, la actriz española más importante
Sara Montiel nació en 1928, pero saltó a la fama planetaria al ser
la protagonista de la película más taquillera de la historia del cine de
España llamada ‘El último cuplé’. Sin embargo, no fue su único gran éxito.
Después vendrían títulos como “La violetera". Tanestrella fue en su momento que gracias a este
film, Sara Montiel se convirtió en la actriz mejor pagada del mundo con más de un millón de dólares por
película.
Su importancia no se limita a España y su fama como diva
mundial se extiende a países como México, país en el que trabajó al comienzo de su
carrera. Allí, es representante de la llamada Época de Oro del Cine Mexicano.
En los años ochenta, Sara Montiel despuntó en la
nueva sociedad españolaque se estaba construyendo y tuvo gran
protagonismo en el llamado destape gracias a sus papeles sensuales y sus
vestimentas atrevidas. Ya por entonces, su filmografíasuperaba
las cincuenta películas.
Célebre por su espectacular y voluptuosa belleza, Sara
Montiel se convirtió en un iconoy
hasta hoy ha sido una figura de culto e inspiración para varias generaciones de artistas no sólo en el cine, sino también en el
mundo de la música donde llegó a editar más de treinta discos.
Inolvidable es su canción 'Fumando espero' que ha pasado a la
historia como máxima representante de este género con su peculiar estilo y
clase.
Los hombres de la vida de Sara
Montiel
En televisión, Sara Montiel fue durante toda su vida toda una
estrella mediática y sus amoríos fueron públicos. Su primer matrimonio, con el
director de cine norteamericano, Anthony Mann, al que conoció en el rodaje de la
película ‘Dos pasiones y un amor’ acabó en divorcio en 1963.
Volvió a casarse, esta vez con el empresario ‘Chente’ Ramírez Olalla,
pero sólo duró el amor durante dos meses después de haberse prometido amor
eterno.
Sara se ha aprendido Nena y el siempre bien recordado maestro
Solano empieza a tocar ese cuplé, que meses más tarde sería uno de los grandes
éxitos de la película; Sara,
al oír la música, le pide que baje el tono; Solano, con paciencia, obedece,
pero ella le vuelve a pedir que baje más el tono de la música; a la cuarta vez que
se lo solicita, el salero extremeño y sevillano de Juan Solano Pedrero flota y
le advierte a Sarita que si
baja más el tono se va a caer del taburete al suelo.
La película se rueda en Montjuic. Una tarde del otoño del 56, estoy trabajando para United Artists y
tenemos a toda la crítica de España viendo Trapecio en el Coliseum de don Pedro Balañá; terminada la proyección me subo a los
estudios Orphea a todos los críticos, encabezados por Miguel Pérez Ferrero y
Alfonso Sánchez, junto al delegado de la UA en España George H. Ornstein,
sobrino de Mary Pickford, la
llamada novia de América; los reunimos en un gran corro que rodea a Sarita
y cuando le pido al Fotofija, que es hijo del taquillero del cine Palacio de la
Prensa, que haga una foto me contesta que no tiene material porque no hay dinero para ello.
Pero la fe y el tesón de Orduña sacan adelante la película.
El día del estreno, 6 de mayo de 1957, yo estoy en Múnich, trabajando con las
películas de Romy Schneider; a la mañana siguiente, antes de subirme en el avión de regreso, llamo a
mi padre a Madrid para saber cómo ha pasado la película. Su entusiasmo salta de elogio en
elogio; llego a decirle:
padre, que soy yo, tu hijo, no me hagas a mí publicidad. Furioso, me pregunta
la hora de mi llegada y me asegura que me irá a buscar a Barajas en un taxi
para llevarme desde allí al
cine Rialto y que yo mismo compruebe el resultado. Cuando llegamos a las
inmediaciones del local empiezo a sospechar que lo dicho por teléfono es pura
realidad. Sobre la puerta principal, Vicente Vara, el representante del cine,
ha instalado un llamativo cartel que anuncia que se han agotado todas las
localidades para la primera semana. Por si fuera poco, veo cómo se las trajina un grupo
de reventas que, dominando la
situación, está endosando al respetable deseoso de ver la película entradas a
precios desorbitados.
Tengo que ver toda la proyección de pie, apoyado en mi
maletay situado al final del pasillo central del cine. Cuando
llego a casa leo la copia de un telegrama que mi padre ha puesto esa mañana,
dirigido a Antonia en su domicilio en el 2016 de Cold Water Caynon de Los
Ángeles que dice así:
«Querida Antonia, la Sissi de 1957 se llamará Sara Montiel. Felicitaciones
Enrique».
Creemos que agregar más recuerdos y otros detalles
sobrarían; nosbasta recordar el comienzo de su grandísimo éxito, ése que
la convertiría en la primera figura indiscutible del cine hablado en español en
1957. Sería innecesario y de mal gusto hablar tanto de su lado bueno como
protestar del malo.
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